





Una verdadera unidad, ese es el remedio indicado para un mejoramiento de la miseria de nuestro pueblo. En efecto, la diversidad étnica de la RD del Congo es otra riqueza social que saltó en pedazos tras el final del nostálgico reinado del Presidente Mobutu. Éste se había apoyado en la unidad nacional, la cohabitación armoniosa de todas las comunidades como garantía de un poder político fuerte. Fue eso lo que llevó a reinar el mayor tiempo posible sobre una nación que la experiencia de los años 1960-65 ya había educado en el amor de la paz y de la hospitalidad. Llegado el momento, el pueblo ayudó unánimemente a la revolución de la AFDL a sacar a Mobutu del sillón presidencial, ya que no supo conducir al país hacia su despegue socio-económico.
Sin embargo, el después de Mobutu, el término de un breve período de euforia inicial, baje el reinado del difunto Laurent-Désiré Kabila, no tardará en revelarse peor que todo lo que se podía imaginar: no sólo al pueblo continúa faltándole de un modo intenso el desarrollo al que había aspirado, sino que perdió además cuanto había constituido su orgullo durante tres décadas, es decir, la paz, la armonía inter-comunitaria, y su dignidad tanto ante los países vecinos como ante el mundo entero.
Se puso en marcha un régimen radicalmente divisionista. El culto del tribalismo, del regionalismo, de la autoafirmación étnica, por no decir de la exaltación de la xenofobia, ha sido adoptado por el nuevo régimen como el medio más privilegiado de conservación del poder. Desde la cima más alta de la jerarquía nacional tal ideología ha lanzado su campaña para la exclusión de la gestión de los asuntos públicos de todas aquellas personas que tengan una opinión divergente, con relación a la de la familia política en el poder. Este flagelo no tardó en alcanzar a la base, con frecuencia ingenua y engañada. Se desplegaron funestos esfuerzos del poder para excitar a una comunidad contra otra, a una tribu contra otra, especialmente en el Este del país, como en Tanganyka, el Kivu y el Ituri, antes de alcanzar estos días a los Kasai, el Ecuador, el Bajo Congo, para terminar mañana, si no se hace nada, inflamando hasta las extremidades del país.
El poder actual ha invertido demasiado en la división y en la alimentación de los conflictos entre las comunidades, y ha conseguido llevarlas a este campo de animosidad; desafortunadamente, hay numerosos operadores políticos que suscriben esa sucia estrategia de dividir para reinar. El gobierno pretende que le falta dinero para construir carreteras, escuelas, hospitales, o para pagar a los funcionarios y mejorar el nivel de vida de los ciudadanos. Pero, paradojalmente, nunca la ha faltado para armar a las milicias, a las rebeliones nacionales y extranjeras listas a operar en el territorio nacional, cuando las fuerzas negativas aceptan apoyar al poder actual para que continúe reinando ilegalmente e ilegítimamente, en detrimento de los intereses del pueblo.
Por encima de todo, es pues urgente ayudar a la opinión pública a comprender que el enemigo del congoleño no es en absoluto un congoleño de cualquier otra etnia que sea. El Hutu no es enemigo del Nande y viceversa; siempre han vivido juntos desde hace mucho tiempo en Rutshuru, en Goma o en otras partes; o los Nyanga con otras tribus que viven en Walikale. La misma interpelación se extiende al Ituri, ya que los Hema siempre han cohabitado armoniosamente con los Lendu, así como los Lendu con sus vecinos los Alur, Lugbara, Kakwa, etc.
Los líderes políticos tienen un gran papel que desempeñar para ayudar a las bases a reencontrar la armonía, la concordia, la paz social, la solidaridad inter-comunitaria, la unidad. Deberían probar que las divergencias de opinión, de filosofía o de ideología política no son en absoluto una razón para considerar a un oponente como un enemigo que merece el asesinato, la destrucción física, el exilio… El poder actual ha transformado su batalla política en una cacería del hombre. Y es con esta intención que siempre buscó atraer a la población a tomar parte en este método bárbaro, colocándolos en guerra unos contra otros, según la comunidad étnica a la que pertenezcan, la de algún líder que esté en los entresijos del poder.
Se entenderá así que un grupo cualquiera de resistentes patriotas no encontraría nunca bastantes razones para justificar esas exacciones contra una comunidad específica, si los hermanos o compatriotas no estuviesen excitados los unos contra los otros por hombres políticos que no sienten horror del baño de sangre de los inocentes.
En el mismo orden de ideas, Joseph Kabila debería cesar de tratar a sus opositores políticos como enemigo que hay que abatir, ya que la pluralidad de opiniones y la divergencia de tendencias no son sino frutos de la cultura democrática. Por otra parte, es una cobardía, por ejemplo, que luego de haber notado el paso de un Mbusa Nyamwisi a la oposición, el régimen haga pagar el precio a la organización, en represalias, con masacres injustificables contra los miembros de su comunidad de base en Beni. ¿Quién podría ignorar que fue Mbusa quien lo ayudó en 2002-2003 a reunir el país con un valor patriótico suicida, y a continuación contribuyó mucho a su elección en 2006, hasta continuar sosteniendo su administración a través de ciertos puestos ministeriales?
Incluso Serufuli debería hablar un lenguaje de fraternidad con Mbusa. Y si tiene ciertas razones que estima válidas para guardar un recelo contra su persona, eso no es una justificación en la que pueda asentar su apoyo a las milicias Nyatura contra la comunidad Nande en varias localidades del territorio de Rutshuru.
El mismo fenómeno hay que denunciarlo en Kasai: Kabila no puede castigar sin culpa a la población Kasai por un rencor velado contra la UDPS, de la que el gran Kasai simboliza la encarnación, por el hecho de que lo identifica con el origen de Étienne Tshisekedi.
¿Quién trataría de persuadirnos de que Zanga, Mobutu, Olivier Kamitatu y otros líderes actualmente en exilio se consideran como enemigos de Joseph Kabila? Han trabajado con él, y se han separado a causa de divergencias de puntos de vista sobre el porvenir de la RDC. Es un asunto que se trata alrededor de una mesa, que se juzga en las urnas, y no con la creación de una caería humana, ni con la creación de milicias armadas, ni con masacres organizadas.
En esta óptica, el proyecto de la República de MUHAVURA -un proyecto de hacer del Nord-Kivu una república autónoma- no es en absoluto una solución, tal como parece pensarlo la comunidad ruandófona Tutsi del Kivu y de Ruanda. Tal concepción es de naturaleza para acentuar los fosos entre las comunidades que han pasado años a trabajar juntos. Los líderes del Nord-Kivu, como los señores Bugera, Mbusa, Serufuli, Moise Nyarugabo…, están llamados a ayudar a sus respectivas bases a reconciliarse sinceramente unas con otras, y a vivir armoniosamente en la unidad para una emergencia colectiva, y la reconstrucción del país, sobre la base de una estrategia participativa y de comunión.
¡Que viva la unidad de todas las comunidades del Kivu! ¡Que viva la unidad del pueblo del Ituri! ¡Que viva la unidad de la RDC!
La redacción.
©Beni-Lubero





